Fragmentos

Como darse una cita

“Si llevas un lápiz en el bolsillo hay bastantes posibilidades de que algún día te sientas tentado a utilizarlo”, decía Paul Auster, a propósito de cómo se hizo escritor. Por mi parte, perder una idea en el camino o un pensamiento improbable venido de la nada, me deja la desagradable sensación de haber perdido algo esencial. Es por eso que siempre llevo conmigo una libreta y un lápiz.

Necesito escribir lo que pasa por mi cabeza y estimula mis sentidos, porque cuando lo hago comienzo a entender lo que me habita. Como si al dejar salir esos nudos de pensamiento y sensaciones, pudiera seguir su recorrido y descubrir sus relaciones. Como si ellos mismos extendieran sus lazos para formar algo que yo no puedo ver ni comprender, sino solo cuando ya está fuera de mí.

Entonces me siento y escribo. En el fondo de un café o en su terraza, pero siempre con la espalda contra uno de sus muros y la mirada hacia la calle, es donde y como prefiero. El aroma de los granos recién molidos y del capuchino humeando al lado mío; la música que se mezcla con las conversaciones de la gente y el ruido de la calle formando como una cortina sonora en la que puedo apoyarme y sentirme en compañía, sin ser invadida, me incitan a abstraerme y sumergirme en variados universos. Y de rato en rato, esa mirada que se cruza con la mía y que, como una coma, detiene el flujo de mis pensamientos, me concede ese respiro necesario para tomar distancia con lo mío, y luego en  el siguiente parpadeo continuar sin ningún ímpetu.

Sí, el ambiente de los cafés siempre me ha seducido. La posibilidad de sentir el movimiento de la ciudad en el entra y sale de la gente, de ser parte de esa escena, pero al mismo tiempo espectadora, de poder estar presente y pasar desapercibida, como si fueras invisible me abre un espacio de libertad incomparable. Y ahí desde mi rincón, escribo como si me hablara al son del rasgueo de mi lápiz contra la hoja blanca, que se va llenando de palabras que sin buscar forma encuentran una.

Guardo intactos mis recuerdos del Café Metrópolis en Cochabamba, donde descubrí esa posibilidad de darse cita a sí misma. Luego, de un gran salto sobre el Atlántico mis cafés se trasladaron a París, Ginebra, Barcelona, Bruselas… La misma sensación en cada lugar. Cambia la escenografía, los sonidos, el idioma, el clima, pero sigo siendo yo y el placer de desaparecer detrás de mi libreta para reencontrarme e ir hacia nuevos universos.

Y yo sé que, en toda nueva ciudad, siempre habrá un espacio para darme una cita.

2 Comentarios

  • Gonzalo

    Pero hombre, que hermoso detalle que nos hagas conocer los lugares de tu inspiración, donde el mundo infinito de ideas, historias y cuentos salen de tu mente para deleite de todos tus lectores. Una maravilla!!!! Felicidades!

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