Fragmentos

Nunca imaginé

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Ya tenía la sensación atravesada cuando llegué a casa, el hastío de un día rutinario que terminaba mal me carcomía por dentro. Podía haber hablado con Raquel cuando me preguntó cómo me había ido. Pero al verla desbordada con todos los quehaceres pendientes antes de la recepción, un “muy bien” colado a una sonrisa salió de mis labios y me puse a preparar con ella.

 

Luego los invitados comenzaron a llegar y el fastidio quedó camuflado detrás de mis esfuerzos por parecer ameno y divertido. Era la fiesta de inauguración de nuestro nuevo departamento. Raquel y yo esperábamos ese evento con mucha ilusión. Después de 6 meses de trabajos de renovación, por fin podíamos estrenar nuestro propio hogar.

 

Si bien habíamos invitado solo a los amigos más íntimos, esa sensación tóxica encerrada en mi cuerpo me impedía fluir en las conversaciones. Todo lo que decían me parecía absurdo y sin sentido. Ese intercambio de palabras irrelevantes que no hacían más que tapar el silencio empezaba a exasperarme.

 

Qué difícil, pensé, actuar en coherencia con la materia bruta que nos atraviesa. Al observar el pequeño comité de amigos, me pareció que las verdades quedaban presas en esos cuerpos bien portados que, en el medio del salón, lucían como vasijas repletas de emociones que al mínimo descuido corrían el riesgo de desparramarse. Y es lo que pasó.

 

En un momento alguien preguntó dónde estaba nuestra estatuilla del gato de la fortuna que daba la bienvenida en el viejo departamento. Raquel respondió que no había encontrado su lugar en el nuevo y yo, que recién percibía su ausencia, comencé a reclamarle. No era un objeto que apreciara mucho, pero nos lo había regalado mi madre y, sobre todo, me molestaba que tomara decisiones sin consultarme. Ante la mirada incómoda de nuestros invitados, entramos en una discusión absurda que mi mujer, entre bromas y promesas, logró controlar.

 

Agotado, después de despedir a los últimos invitados, propuse a Raquel que dejáramos la limpieza para el día siguiente. Solo quería dormir, cerrar los ojos a mi conciencia para bajar la presión. Pero ella, que no concibe despertar en una casa llena de cadáveres de la noche anterior, insistió que lo hiciéramos en ese mismo momento.

 

Me dispuse a recoger los trastos sucios con desgano, mientras ella, con una energía incomprensible para mí, los acomodaba en el lavavajilla comentando la velada. Su entusiasmo me sacaba de quicio. Con el apuro por terminar, la pila de platos que llevaba a la cocina resbaló de mis manos y cayó al suelo con estrépito. Sobresaltada, Raquel llegó a toda prisa y al ver la vajilla de su abuela hecha añicos, me increpó cargada de ira.

 

Excedido, levanté ambos brazos en señal de “basta” y empecé, a mi turno, a vomitar mi hastío. Salía todo lo no dicho, los reproches pasados y recientes de todo lo que no funcionaba y me irritaba, mi desencanto de esa vida que ya no sentía mía. Me estaba descargando como un intestino grueso dejando toda mi miseria pestilente entre nosotros.

 

Raquel me miraba perpleja, sin saber qué hacer. Al verla tan ajena y desconcertada -como si fuera inocente frente a mi desesperanza- perdí el control y me puse a sacudirla con rabia para que reaccione. De pronto, en sus esfuerzos por liberarse, se me escapó bruscamente de las manos, como los platos de su abuela, y fue a estrellarse contra el aparador del comedor.

 

El silencio se hizo entre nosotros, congelando la escena como si se tratara de una película. Y mientras Raquel se incorporaba, yo veía incrédulo la línea de sangre que fluía de su nariz, repitiéndome con insistencia: “No, esto a mí nunca podría pasarme. No, esto a mí nunca podría pasarme…”.

 

Inimaginable

 

Alors que j’arrivai à la maison, une sensation d’ennui m’habitait déjà. Les journées trop routinières me rongeaient de l’intérieur de plus en plus. Raquel me demanda comment j’allais mais en la voyant débordée de choses à faire avant la réception, un « très bien » accompagné d’un sourire sortit de mes lèvres. Je me mis à travailler avec elle.

 

Ensuite les invités commencèrent à arriver et une forme de dégoût m’envahit que je tins cachée derrière une attitude agréable voire même drôle. C’était la pendaison de crémaillère de notre nouvel appart que Raquel et moi attendions avec beaucoup d’impatience. Après six mois de rénovation, nous pouvions enfin profiter de notre chez nous.

 

Bien que nous n’ayons invité que nos amis proches, cette sensation toxique enfermée dans mon corps ne me laissa pas entrer dans les conversations. Tout ce qui se disait me semblait absurde et dépourvu de sens. Ces discussions insignifiantes, qui ne faisaient que couvrir le silence, commençaient à m’exaspérer.

 

Combien c’est difficile, pensais-je, de vivre en cohérence avec ce qui nous traverse. En observant le petit comité d’amis, je me dis que les vérités restaient prisonnières dans leurs corps bien élevés, qui, au milieu du salon, ressemblaient à des vases pleins d’émotions prêts à déborder. Et c’est ce qui se passa.

 

Lorsque quelqu’un demanda où se trouvait la statuette du chat de fortune de notre ancien appartement, Raquel répondit qu’elle n’avait pas trouvé sa place dans ce nouveau lieu. Je venais tout juste de remarquer l’absence de cet objet que je n’aimais de toutes façons pas beaucoup et qui nous avait été offert par ma mère. Je signalai à Raquel que j’aurais aimé être consulté au sujet de ce chat. Face au regard gêné de nos invités, nous entrâmes dans une dispute absurde que ma femme parvint à minimiser par l’ironie et un semblant de bienveillance.

 

Épuisé, après avoir dit au revoir aux derniers invités, je proposai à Raquel de remettre le rangement au lendemain. Je voulais dormir, fermer les yeux, éteindre mon cerveau pour enfin lâcher la pression. Mais elle, qui ne pouvait pas concevoir de se réveiller dans une maison pleine de cadavres de bouteilles et des restes de la veille, insista pour que nous le fassions au moment même.

 

Je me mis à ramasser la vaisselle sale à contrecœur, tandis qu’elle, avec une énergie incompréhensible pour moi, rangeait la cuisine en commentant la soirée. Son enthousiasme me mettait hors de moi. Dans ma hâte d’en finir, je laissai échapper la pile d’assiettes que je portais et celle-ci tomba au sol dans un vacarme. Raquel se précipita vers moi et en voyant la vaisselle en mille morceaux de sa grand-mère m’injuria.

 

Excédé, j’explosai. Tous les non-dits, les reproches anciens et récents, les irritations et le désenchantement de cette vie qui ne m’appartenait plus, jaillirent sur elle. Je me déchargeais comme un gros intestin, lui déversant toute ma misère pestilentielle.

 

Raquel me regardait perplexe, sans savoir quoi faire. En la percevant aussi lointaine et aussi déconcertée – comme si elle était innocente face à mon désespoir – je me mis à la secouer pour la faire réagir. Dans ses efforts pour se libérer, elle se dégagea brusquement de mes mains et, comme les assiettes de sa grande mère, alla se fracasser contre la vitrine de la salle à manger.

 

Le silence se figea entre nous, gelant l’image comme s’il s’agissait d’un film. Et tandis que Raquel se relevait, je vis une ligne de sang couler de son nez. Je me répétai « non, ça ne peut pas m’arriver, non ça ne peut pas m’arriver… ».

 

Revue de la traduction Aude Lafait

 

3 Comentarios

  • Gonzalo Zalles

    Bueno Claudita, tocaste un tema muy importante que se vive en los países de latino américa especialmente y en Bolivia de forma cotidiana. Demostraste que este enorme mal a veces comienza en el momento menos esperado y por un gatillo inesperado y sin intención que acaba en algo fuerte y que no tiene retorno, Generalmente se transforma en algo establecido sin que nadie ni nada ni nadie pueda hacer algo al respecto. Los resultados son hechos policiales y de noticia. Todos gritan, las mujeres protestan pero cada vez son mas y mas los casos. A veces con premeditación, a veces celos excesivos o a veces como tu narras salta de la nada. Quien le pondrá el cascabel al gato? Tal vez en tu próxima publicación tu nos darás la respuesta… Un beso enorme!

    • Claudia

      Sí, cierto. Y uno cree que a uno nunca le podría pasar, cuando lo cierto es que todos somos susceptibles de sobrepasar nuestros límites, es parte de nuestra humanidad. ¡Gracias Gonzi!

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