Reflejos
Desde niña había comprendido que todo se mueve, cambia, se transforma y que era inútil ir en contracorriente.
Si quería engranar en su vida y en ese mundo tenía que aceptar ese principio de movimiento al interior y al exterior de sí misma. Aferrarse a un estado de cosas solo podría traerle frustraciones, porque lo que tiene sentido en un momento, deja de tenerlo en el siguiente.
De manera natural, asumió ese principio, hasta que el moverse, cambiar de ciudad, de país se convirtió en un estilo de vida. El movimiento genera movimiento, era claro. Cuando se ponía en marcha hacia otro destino, en su cuerpo seguía resonando lo que dejaba, al mismo tiempo que se abría espacio lo que iba llegando. Por un tiempo, todo se revolvía hasta el vértigo. Y luego, poco a poco la convivencia con los nuevos códigos y formas le hacían descubrir otras maneras de mirar y procesar las ideas.
Y ahora, caminando por la rue des Bouchers de esa ciudad que tanto ama y que aún siente a su medida, se pregunta si ese principio de movimiento implica necesariamente un cambio de territorio. Porque si fuera así, después de tantos años en el mismo lugar, tendría que partir de nuevo y no tiene ganas. ¿Se estará acomodando, acaso, en esa zona de confort de la que se habla tanto? Al mismo tiempo, cuántas veces le habían insinuado sin decirlo, que partir era una manera de huir. ¿Dónde se encontraba ahora?
Mientras ingresa tranquila a la Galería de la Reina en medio de la multitud apresurada que busca protegerse de la lluvia, reconoce que el movimiento exterior no siempre repercute en el interior. Al final, ella está viajando desde mucho antes que comenzara a hacerlo literalmente. Lo hacía cuando se dejaba ir en sueños y fantasías, reflexiones y preguntas, cuando andaba ya en busca de su lugar en este mundo. Sí, había comenzado ya esa larga errancia y lo continuaba haciendo a pesar de seguir en la misma ciudad.
Sumergida en sus pensamientos, el reflejo de su imagen sobre una larga banda plateada que cuelga al interior de la vitrina de una tienda de chocolates, le hace detener. Mirándose con curiosidad sobre esa superficie que no para de moverse con el abre y cierre de la puerta, se pregunta, qué hubiera sido de ella si se hubiese quedado ahí donde nació, si no hubiese partido en ese largo viaje sin rumbo. ¿Quién sería esa mujer que ve ahora? ¿Se reconocería en ella?
A través del mismo reflejo, percibe a Juan que llega a su encuentro y antes que pueda darse la vuelta para abrazarlo, siente su beso detrás de la oreja. Se deja estremecer.
¿Finalmente, no es acaso eso estar en casa?
Agarra la mano de Juan y jugueteando lo tira hacia la calle.
Un comentario
Gonzalo Zalles
Los reflejos de esta historia en un 90% me son «cara conocida». Así es la vida, unos viven en una parafernalia de movimiento, traslados y experiencias increíbles y otros viven en la zona de confort que al final es la meta deseada cuando los años pesan.. Lindo.. Muy lindo!!!