Fragmentos

Retazos

Una vez más la ciudad le abrió sus brazos, en un último respiro de reconocimiento lo despidió con efusión. Tenía todos sus recuerdos guardados en el cofre del vehículo que le conduciría al aeropuerto. Su avión partía en un par de horas y él tenía ganas de dar una última vuelta por el centro. No sabía cuándo regresaría, si es que lo hacía, y quería impregnarse de los olores y colores de esa ciudad que alguna vez había sido la suya.

Caótica como él mismo podía serlo a veces, sus calles organizadas en cuadras alrededor de una plaza central estaban invadidas por el comercio. Negocios en cada puerta, carteles de todo tipo, forma y color, puestos de venta improvisados sobre las aceras y multitud de vendedores ambulantes, convertían el casco viejo de la ciudad en un gran mercado bullicioso y enmarañado. Antes, era algo que le disgustaba hasta la indignación. No podía concebir, cómo el tímido encanto de esa ciudad, antaño señorial, podía estar totalmente camuflado detrás de esa locura de comerciantes y compradores en busca de su oportunidad diaria.

Ahora, y lo reconoce mientras saborea un anticucho con salsa de maní picante en medio de la agitación, hasta le enorgullecía. Esa invasión humana le daba un carácter de autenticidad real. Esa ciudad respiraba lo que era, se dejaba hacer y deshacer por sus habitantes en su lucha cotidiana por ganarse la vida. Sin maquillajes, sin formas preestablecidas, ellos se habían apropiado de esas calles coloniales y las habitaban a su imagen y semejanza.

Eran los colores de muchos tiempos en uno solo, de muchas culturas conviviendo en el mismo espacio. Eran los olores de la vida misma: de los puestos de comida servida a toda hora, de los rincones baño público, mezclados con el sudor de los cuerpos bajo el sol y la contaminación de los automóviles, micros y trufis. Eran los gritos de los comerciantes ofreciendo sus productos con insistencia, las bocinas de los vehículos y las conversaciones animadas de toda esa gente que no se priva de nada porque está en su casa.

Se deja invadir por ese mundo que, aunque ya no es el suyo, también forma parte de él. Sí, porque a pesar de su apariencia depurada y sus modos contenidos, esa explosión de formas y maneras también lo componen. Respira profundo como queriendo absorber en una bocanada ese coctel de sensaciones para llenarse aún de recuerdos y, embriagado, se dirige al aeropuerto, impaciente de volver a casa.

Un comentario

  • Consuelo Canedo

    Realmente esa debe ser la sensación de quién se va a otro país, a otro continente con otras costumbres y culturas, que si bien es maravilloso, lleva siempre dentro del corazón y del alma sus raíces, su gente, su familia, amigos y compañeros…… Es hermoso, de vez en cuando, unir los retazo de vivencias y volver a sentir lo que fue un presente y que hoy se convierte en el pasado

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