Los finales no existen
Necesitaba estirar las piernas. Me preparé un café amargo después de escribir unas últimas palabras. El aroma del expreso recién preparado me volvió a sumergir en el universo de mis personajes. Ahí estaban de nuevo, habitando mi cuerpo como si fuera su casa.
A veces me agobian con sus presencias, como si supusieran, al igual que mis hijas, que siempre estoy disponible, que no tengo una vida fuera de ellos. Otras veces, como hoy, están tan lejos que comienzo con el temor de no encontrarlos.
No sabía cómo continuar. Aunque yo sé que lo que había sigue ahí, existe siempre un estrés de que lo que has encontrado en un momento, por muy evidente que haya sido, se desvanezca en el siguiente.
Algo tenía que llegarme desde adentro, desde las sensaciones, las intuiciones, para que me desprenda del cerebro y de la aprensión de que no me llegue nada.
Tenía que tropezarme con una pista, un punto de partida que me enganche de improviso y me lleve en el impulso como una bola de nieve. También podía traerlos con la cabeza, pero lo sentía forzado. Retomé una frase inconclusa de la semana anterior y ahí reaparecieron.
Cada vez los conozco mejor, hasta sería capaz de proyectarlos con mi mirada y deducir lo que podrían decir, sentir o pensar en cualquier situación. Los conozco mejor que a mucha gente de la vida real.
¿Cuánto conocemos a las personas que conocemos? ¿Podemos, acaso, entrar en sus cabezas como lo hago en la de mis personajes?
Pienso en mis amigas de la infancia con las que compartí tantos momentos. ¿Qué sé realmente de ellas sino lo que publican en las redes sociales? Descubrir, de repente, que tengo una pasión compartida, revela todo lo que ignoraba e ignoro. Sin embargo, siguen ahí a pesar de los años.
¿Y mis personajes con los que convivo tan íntimamente en este período, también seguirán junto a mí cuando haya terminado su historia, o me dejarán con el paso del tiempo?
Me siento de nuevo para seguir escribiendo, todavía me queda un buen trecho. Los rayos del sol entran a través de los estores, creando sombras tenues sobre el parqué y los muros. La luz clara y limpia se difumina por todo el salón sin dar opción a la duda. La urgencia me empuja a ponerme a escribir. Los finales no son más que una transición hacia un nuevo proceso.