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Sin avisar
Tenía que suceder. El sábado por la noche lo encontré en la cocina, comiendo el plato que le dejamos servido para la cena. Luego se fue a dormir. Se veía agotado y estaba de mal humor. Pero no me extrañó; en el último tiempo siempre estaba de malas pulgas. Nadie le preguntaba por su familia ni si extrañaba su tierra. Nos daba la impresión de que no le gustaba hablar de ello, que prefería dejar su vida anterior allí donde estaba: lejos e inalcanzable. No trajo nada consigo, ni siquiera una foto. Llegó con lo puesto y una tarjeta de crédito. Mis padres conocieron a los suyos en un viaje…