El día en que se rompa
Era una mañana caliente de inicios de verano, el ambiente en el café estaba animado. Gustavo y yo sentados en nuestra mesa de costumbre, esperábamos nuestro pedido hundidos en un silencio espeso. Comencé a friccionarme el cuello y la nuca y de golpe me miró y me dijo:
– Si no lo pones en palabras tu cuerpo va a explotar, se puso de pie y se fue.
Me quedé sentada en la mesa del café con la mano inerte sobre mi cuello, mientras lo veía alejarse de mí sin mirar atrás. Las conversaciones bulliciosas de la gente dispersa en la terraza del bar y sus vestimentas coloridas formaban una escena en la que yo desencajaba. Me sentía totalmente fuera de lugar.
Gustavo tenía razón, tenía que morder el silencio, atraparlo con la boca para poder decirlo. Ya lo sabía, pero con el tiempo había adquirido una increíble capacidad de callar que me parecía muy adecuada. Era una cuestión de pudor sentimental, algo muy apreciado en mi familia.
Después del accidente, todos en la casa habíamos retomado nuestras vidas como si no nos hubiera cambiado nada. Nos creíamos intocables. Nadie hablaba de la muerte ni de la muerta, la pérdida era un asunto personal, cada uno lo vivía en la más alta intimidad y sin molestar al otro. Estábamos convencidos de que era lo más digno.Y en una familia donde el silencio y la contención era el modus operandi, callar el alma herida era la única salida para no desentonar.
“Vámonos de aquí Cornelia”, me había vuelto a pedir Gustavo la noche anterior mientras cenábamos, sabiendo de ante mano que, como tantas otras veces, no podríamos llegar muy lejos en la proyección de nuestro viaje. A penas vio que comenzaba a estirar el cuello y a friccionarme la nuca, no insistió más. La idea de irnos a vivir juntos a otra ciudad me seducía tanto como a él. En el fondo yo estaba totalmente convencida de que yo continuaba ahí solo en espera de poderme ir, pero no lograba hacerlo.
Tenía que romper el silencio.
Y un domingo que paseábamos con Gustavo, me encontré de pronto frente a la tumba sin nombre donde están las cenizas de mi hermana, repitiendo su nombre en voz en alta.
Un comentario
Gonzalo Zalles
Muy bien Claudita, otra vez tomas al toro por las astas. Nunca callar y hablar es la mejor manera de solucionar los problemas aunque esto signifique un quiebre. A veces es mejor destruir el pasado para que renazca el nuevo futuro con todas las cosas buenas y ventajosas. Para eso se requiere de valentía. A pesar de lo duro que puede ser, es generalmente la única solución….. Felicidades una vez mas….!!!!!!