
El coronel
Parte 2
Volví a leerla dos veces antes de meterla en un sobre y dejarla caer en el buzón. En el pueblo había una especie de acuerdo tácito para no remover la historia. Padre quería que siguiéramos adelante, pero ya no era posible para mí.
Las niñas aparecieron días después de que les señalé a los policías el lugar donde había visto a la vecina escarbando la tierra. Estaba con ellos cuando realizaron la primera inspección. Comenzaron a cavar donde el terreno se veía removido. No tardaron mucho en encontrar un envoltorio hecho con un trozo de tela sucia. Dentro había un listón, una pulsera de bolitas de colores y un botón con un diseño que reconocí de inmediato: era del coronel. No supe decir por qué, pero sentí que el corazón me retumbaba en la cabeza. Algo en mi mente se sacudió, una sombra que no alcanzaba a tomar forma. No era solo ver las prendas de una de las niñas desaparecidas. Había algo más, algo que yo debía recordar.
Esa pista llevó a la policía a registrar los alrededores. Así fue como encontraron el escondite. Descubrieron una puerta oculta en un muro falso dentro del cobertizo, disimulada tras unas tablas. Al abrirla, se toparon con una habitación estrecha, tan bien decorada que daba escalofríos. Parecía salida de una casa de muñecas, con los muros pintados de celeste pastel, una mesa redonda servida para el té y mantas acomodadas contra las paredes como camas. Sobre ellas estaban sentadas las niñas, en silencio y encogidas. Era difícil imaginar cómo habían podido vivir allí durante tres semanas.
Pero el coronel no estaba allí.
Las niñas estaban vivas, sin marcas de violencia, pero confundidas y asustadas. No recordaban nada o decían no recordar. Algunos en el pueblo sintieron alivio en ese silencio, como si la falta de respuestas significara que no había sucedido nada. Pero la desaparición del coronel, no nos permitía cerrar los ojos sin miedo a que todo volviera a comenzar.
Difícil saber en qué momento huyó el coronel. Nadie vio ni oyó nada. En la casita verde, detrás de la nuestra, quedaron sus pocas pertenencias intactas. Había vivido allí el último año, desde la muerte del abuelo. Padre le había prometido que se haría cargo de él. Nos explicó que tenía dolores de infancia y que por eso no podía vivir solo, necesitaba supervisión. Lo acomodó en lo que antes eran las dependencias de los empleados, para tenerlo cerca, pero a la vez, independiente. A nosotras nos estaba prohibido aproximarnos, pero lo hacíamos de todos modos porque, aunque le temíamos, nos intrigaba mucho.
Nunca escuchamos al coronel pronunciar una frase de más de tres palabras. Era un hombre reservado y taciturno, excepto aquella vez en que nos descubrió espiándolo y no logré escapar con mis hermanas. Me miró como si me reconociera de algo y comenzó a cantar una canción infantil: “tengo una muñeca vestida de azul…”, mientras caminaba hacia mí. Parecía sonámbulo. Me quedé paralizada. Padre me salvó, porque justo en ese momento nos llamó y, al escuchar su voz, el coronel pareció salir del sueño y me soltó.
Las imágenes en mi cabeza se fueron aclarando poco a poco, a pesar de que nadie quería hablar sobre el tema ni recordar. Uno cree que esas cosas solo les pasan a los otros. Pero yo también era una víctima. Tenía que decir lo que sabía.
La normalidad era solo un espejismo.

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2 Comentarios
Maria Teresa Barragan
Colosal!! Espero con ansias el próximo capítulo!! Gracias por compartir!!
Cría ecológica de cerdos
Se pone cada vez mas interesante.
La narrativa siempre te inquieta y quieres seguir leyendo. Tu habilidad siempre me sorprende.
Felicidades!!!