Dime cómo encontrarte

Me dices una y otra vez que nunca olvidas, que todo está registrado en la memoria de tu cuerpo y que basta con un aroma, un sonido o una palabra para que los recuerdos se desencadenen. Hasta los ínfimos detalles. Y es verdad, tengo la impresión de haber conocido la finca de tus abuelos, de haber sentido el olor del cedrón que crecía como hierba mala al borde de la terraza. Hasta me veo en tus recuerdos cortando algunas hojas con tu abuela para preparar el mate, mientras tú y tus hermanas se trepan al muro para robar las moras del vecino.  

Pero no se trata de eso y tú lo sabes.

¿Cómo que de qué estábamos hablando? Comencemos de nuevo. Me dices que nunca olvidas, que tienes todo bajo control y que exagero al preocuparme. Pero todos los días pasa algo. Esta mañana, cuando volví a casa a recoger los documentos que dejé sobre el sillón, encontré tus llaves puestas al exterior de la puerta de entrada y la plancha enchufada sobre la mesa de planchar. Me dices que nunca olvidas, y en el mismo momento en que lo dices, pierdes el hilo de la conversación. 

No, mírame, no te vayas. 

Percibo la sombra del miedo en tus ojos. Lo sabes desde antes que yo empezara a sospecharlo… ¿O es vergüenza? No tienes por qué. Ese sentimiento no tiene cabida entre nosotros, pero no disimules frente a mí, sigamos siendo cómplices, incluso si ya no vamos hacia el mismo lugar. Yo también tengo miedo. Miedo de que olvides que me amas, de mirarte y no encontrarte ¿Dónde quedarán nuestros recuerdos si no estás aquí para evocarlos?  

Yo sé que no quieres irte, yo tampoco quiero que lo hagas, pero te vas igual. Vuelve, por favor. Quédate conmigo un poco más y dime cómo hago para encontrarte cuando ya no estás.